Claridad, la novela

martes, 28 de junio de 2016

4-IV


El tener que abandonar los estudios, mi incapacidad para reconocer que necesitaba ayuda para ir y venir de casa al instituto, puesto que acompañada y sin miedo no se me bloqueaban las piernas. El saber con certeza que la anochecida que me asusté me seguían dos hombres, mi profesor los vio y sin embargo cuando miré no vi a nadie, se esconderían o que sé yo. El “encontronazo” con la policía. El empezar a sentirme una inútil por estar todo el día en casa sin hacer nada, el que me dijeran que era hora de solicitar una pensión de minusvalía por no poder trabajar, fue más de lo que podía soportar.

Aunque realmente supusiera un alivio el dejar de estudiar, ya que se había convertido en una pesadilla que me hacía vivir una angustia constante. Y quizá, tal vez podría haber estado preparada para solicitar una pensión… ¡ya ves, qué te paguen sin trabajar! aunque sea ridículamente. Pero yo me había pasado toda mi vida mirando libros, y no para ser una persona minusválida sino un ser humano más, igual a todos, sin ninguna enfermedad, útil para la sociedad. No importaba que en el fondo de mi subconsciente supiera lo que me iba a pasar. Todos sabemos que un día moriremos, ¿alguien está preparado?
Y menos me importaba que me dijeran constantemente que los discapacitados son unas personas más, que pueden ser perfectamente útiles a la sociedad, que..., no me importaba nada. Yo no era ni discapacitada, ni menos válida, ni leches. Yo sólo era una mujer sin adjetivos.
Cuando intentaban convencerme de mi realidad huía, pero no encontraba refugió, ni siquiera me servía convertirme en avestruz y meter la cabeza bajo el ala; la realidad me acosaba. Esa realidad me abofeteaba sin piedad. Y lo peor, es que yo ayudaba con ahínco a que esas bofetadas me hicieran sangrar el alma. Como la primera vez que fui al Imserso a hacer los papeles para solicitar una pensión por no poder trabajar.

En una sala cegada por el sol me explicaban amablemente muchas, demasiadas cosas a cerca del entorno de la persona con minusvalía. Sobre todo me hablaban del preparamiento y su posterior integración laboral. Yo no escuchaba porque todo eso me importaba un carajo y así lo dije. Mi madre se disculpó en mi nombre, mientras me fulminaba con la mirada.

Rellené los formularios que me entregaron, y antes de irnos, me dijeron que se me había olvidado poner lo que hacía, a que me dedicaba, en que ocupaba mi tiempo libre... Le miré y con la voz de quien quiere encontrarse de vuelta de todo sin haber ido a ningún sitio, le dije:

-No se me ha olvidado, pero es que me da vergüenza poner que soy un parásito que vive a costa de sus padres. Todo mi tiempo es libre.

A mamá se le escapó un ¡MAY!. Y yo... yo salí de allí con algo muy quebrado por dentro, si es que aún quedaba alguna pieza entera en mi interior.


Jueves, 5 de Mayo.
Me han castigado por lo que he dicho en el Inmerso. Yo me siento así. Bajé la guardia y... ¡No puedo fingir siempre! aunque sé que mis padres sufren si me ven mal.
Cada vez ando peor. No me atrevo a andar sola, esta mañana cuando iba al gimnasio me he caído. Tengo un moratón enorme en el tobillo. Con el calcetín no se ve. Mamá ha dicho que en la próxima revisión le pedirá a la doctora que la ambulancia colectiva me lleve a rehabilitación. No me importa; casi mejor no tener que ir en autobús. Pero cuando papá ha dicho... ha dicho, eso de que tal vez podría llevar un bastón… ¡Dios mío no puedo más! ¡Que soy yo! ¿Qué coños me esta pasando?

Si no fuera por Juan.
Menos mal que mañana es viernes, por fin le veré, aunque le vi ayer y acabo de hablar con él...  ¡Le necesito tanto! ¿Lo sabes, verdad?
Me hace sentirme mujer, me hace sentirme normal. Con él no disimulo. Me quiere y me abre una puerta desconocida para mí; ¿sabes? antes abrazada al oso Lolo pensaba que Juan es mi única medicina... con él no duele, no lloro. No...  no veo..... las lágrimas no me dejan continuar escribiendo

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