Claridad, la novela

jueves, 30 de junio de 2016

5-III


Debía tomar un segundo café para ponerse en marcha, trasnochaba cada día más. Era joven y tenía buena salud, lo podría aguantar. Si no fuera por esas malditas ojeras imposibles de disimular aún con un buen maquillaje a primera hora de la mañana, su madre no la hubiera recriminado su tardanza en llegar a casa.

-Desde que soy encargada del súper tengo que quedarme para revisar todas las cajas, ya lo sabes mamá. Luego solemos ir a tomar unas tapas, nos liamos a hablar y nos dan las tantas...

¿Cómo había empezado? Ni ella lo sabía.
Siempre había vivido con el dinero justo, aunque se puso a trabajar a los diecisiete años, entregaba más de la mitad del sueldo a sus padres. El dinero en una familia de nueve miembros, escaseaba siempre. Candela tenía veintitrés años. El resto de sus hermanos estaban estudiando, el mayor sólo tenía quince y la más pequeña dos.

Hacía bastante tiempo que trabajaba en el mismo supermercado. Desde el principio congenió con la hija de los jefes. Se movían en lugares caros donde su amiga pagaba todo, siempre tenía dinero extra. Era fácil, decía.
Soñaban con viajar las dos juntas. Se acercaba un largo puente y empezaron a hacer planes; a Candela le faltaba dinero, a Trini, la hija de los jefes, no le sobraba.
No habría problema de dinero si acudían las dos a una fiesta...

-¿Fiesta?

-Tómalo como una cita a ciegas, con el aliciente de que sacaríamos treinta mil pelas a repartir  

-¿Por ir a la fiesta?  

-Confía en mí, Candi, y piensa lo bien que lo vamos a pasar en Torremolinos  

-No lo veo claro

Ante la insistencia de su jovial amiga, accedió.

-Trini, si no me gusta la fiesta me voy

Y no le gustó, era una fiesta privada... demasiado privada.

Tres hombres maduros de aspecto repulsivo, con enorme barriga de cerveza, sonrosados mofletes y, dos de ellos, poseedores de incipientes y sudorosas calvas, les esperaban en el salón semi vacío de un solitario chalet. Ellas preguntaron por los demás. Dijeron que llegarían enseguida. Trini se dirigió al tocadiscos que estaba encima de una silla y puso salsa.
Comenzaron a beber y enseguida a bailar. A gritos se contaban chistes que ellas reían forzadamente mientras bailaban con los tres pegados a sus diminutas faldas. Luego, el alcohol y varios porros les hicieron reír a carcajadas y dejar que manos chorreantes de lascivia acariciaran muslos y desabrocharan botones. Y la realidad se empezó a nublar. Y después, más alcohol.

Recuerdos difusos de bailes estrafalarios. Falsa juerga, juerga sin control...
Se despertó con un peso encima. Le estallaba la cabeza. No recordaba haber llegado a su casa. Apenas podía abrir los ojos cuando sintió que el peso que tenía encima se movía. Abrió los ojos de par en par e inconscientemente intento taparse con el pijama. Estaba desnuda. Miro a quien estaba a su lado... ¡no le conocía! Ah sí, recuerda la fiesta ¡La fiesta!

Se levantó casi corriendo. Agarrando torpemente su ropa esparcida por el suelo mientras reprimía una arcada, tropezó con un hombre que dormía sobre la alfombra verde. Salió de puntillas. Cerró la puerta y sujetándose en la pared vomitó. Un llanto sordo le partía por dentro. No debía hacer ruido. Tenía que salir de allí. Recordaba dónde estaba el baño.
Volvió a vomitar al mirarse en el espejo, la imagen distorsionada de una madona rota ocupaba su lugar. Se vistió de cualquier forma y salió corriendo. Por un momento temió que la puerta de la calle estuviera cerrada, pero no, aunque se encontraban en un chalet de las afueras se les había olvidado cerrar.
Los zapatos se los iba poniendo por la desierta y oscura carretera, el abrigo sobraba, las lágrimas abrasaban.

Casi amanecía cuando llegó a su casa. Necesitaba una ducha pero le daba pavor despertar a alguien. Amortiguando el ruido del agua se lavó todo su cuerpo restregando con furia la suave esponja contra él. Todavía tenía sangre entre las piernas. Volvió a vomitar al recordar que había entregado su... Salió del baño temblado y fue a su cuarto. En la almohada de la cama brillaban los rubios rizos de una de sus hermanas pequeñas. Se quitó los restos del maquillaje y al contemplarse en el espejo sólo vio a una vieja puta. Sostuvo la cabeza entre sus manos y cerró los ojos. Necesitaba dormir. Se enfundó en su pijama lleno de ositos y se acostó junto a la pequeña intentando desbancar a manotazo limpio los flashes reveladores de su noche festiva. Con la mayor ternura del mundo, sin poder contener las lágrimas, abrazó junto a su pecho el tibio cuerpecito infantil. Besó la pequeña frente de su hermanita una y mil veces hasta que oyó... -Candi, siento haberme metido en tu cama, déjame dormir contigo-...   aún con los ojos cerrados la pequeña continuó... - te quielo mucho...

Ese pequeño angelito logró llevar un  triste espejismo de sol, al más absoluto infierno.

Durante varios días Candela y Trini no tuvieron nada que decirse. La víspera del puente ambas corrieron un tupido velo sobre el asunto y marcharon a Torremolinos.
Sólo fue cuestión de tiempo que el alcohol, algún que otro porro y sexo con precauciones pero sin remilgos, se fueran convirtiendo en compañía habitual. Luego, a la cadena o camino de ambas, se fueron uniendo otros distintos, distantes, cercanos e inevitables, eslabones. Citas clandestinas; encuentros apasionados con hombres atractivos, muy atractivos, unos dieron paso a otros, quizás menos atractivos, mas su dinero les adornaba. Regalos, caprichos, viajes, lujos, superflua felicidad... momentos de deseo, misterio, pasión..., malas compañías, drogas, primero blandas quién sabe cuando menos blandas; postiza y quimérica alegría...
 No fue difícil llegar por el camino más corto a ese tenebroso mundo del “ficticio glamour”. Después, el tiempo fue pasando y algo que creía dominar la dominó.


Cuando Candela evitó que me atropellara el camión estaba haciendo la calle.
Empecé a conocer aquel día su lado oscuro. Estuvimos toda la tarde en una cafetería. Nos costó empezar a hablar. Ella me hizo reivindicarme en mi decisión de dejar los estudios porque me hizo ver que ponía en juego mi vida; yo... lloré junto a una mujer que se había perdido todo respeto a sí misma y no era capaz de ver que ella también ponía en juego la suya.

Pero algo me dolía más. Ella todavía podía elegir su destino, yo no.

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